miércoles, 20 de febrero de 2013

La historia de mi despido

Tras un año en silencio he decidido publicar esta carta, es el testimonio de mi despido hace ahora más de un año... agradecería muchísimo que la leyerais, y aún más que la compartierais y la hicierais llegar al máximo público posible. Yo por mi parte la he enviado a medios de comunicación, tanto locales como estatales... Muchas gracias.


PORQUE YO NO VUELVO.
Hola, me llamo Rubén, tengo 29 años y soy licenciado en Bellas Artes. Hace un año, el día de los Santos Inocentes, con casi siete años de contrato indefinido en una estación de servicio CEPSA en Mataró, después de casi un mes entre rumores al estilo de las verdulerías y siendo yo el último en saberlo, me dijeron que me echaban al acabar el año. La razón fue que tenían que recortar un puesto; afirmaban que no tenían nada contra mí y simplemente se limitaron a decirme con bonitas palabras “te ha tocado”. Si me hubiera tocado sin más, lo habría aceptado y hoy no existiría esta carta.
Todo fue muy sospechoso, y fue muy evidente que se trataba de un caso de suplantación: básicamente porque mi puesto no era el que sobraba. Lo que querían era no echar a otra persona que les interesaba más, la cual su puesto era precisamente el que había que eliminar, y la pusieron en mi lugar. Lo siguiente también fue extraño: mi despido era improcedente pero quisieron que firmara una hoja, como certificado de despido, en la que se enumeraban de manera persecutoria  un listado de malas acciones que yo había cometido durante las dos semanas anteriores al despido. Quien la hubiese leído habría pensado que era el peor trabajador de la empresa; firmar esa burla me sentenciaba; que yo sepa, “improcedente” y “procedente” no significan lo mismo, aquí y en Pekín. Bajo presión y amenaza de aplazar mi indemnización y de que se pensarían lo de volver a contar conmigo si en un futuro hubiera una vacante si no devolvía ese documento firmado antes de dos días, me limité a ir a una abogada para que leyera esa carta y me informase si era legal. Pronto mi jefe apareció con otra carta, la cual sí que firmé, en la que se aclaraba que mi despido era improcedente y no había rastro del ataque de la anterior. Cada vez la cosa olía peor.

Imagino que como sabían que lo de la suplantación no era legal, me ofrecieron la indemnización total e incluso otro puesto de trabajo en otra estación de servicio a 15 kilómetros de mi ciudad, de turno rotativo de noche a 40 horas semanales y lejos de estaciones de tren y bus; y conscientes de que yo no tengo vehículo, ni siquiera barajaron la posibilidad de enviar a la persona que me suplantaba, la cual sí tiene. “Piensa que hoy en día es una suerte tener trabajo, chaval”, me dijeron de manera sugestiva para quitarle importancia al hecho de que me estaban echando injusta e ilegalmente del puesto que me correspondía.
Siete años de hacer turnos de noche y empalmar al día siguiente sin ni siquiera 8 horas de descanso, venir casi inmediatamente cuando alguien se ponía enfermo en los días que libraba, de venir a hacer pruebas con los surtidores de gasolina -tarea del jefe de estación- sin ninguna medida de seguridad, y hacer innumerables turnos extra que luego no se pagaban por error y había que reclamar con horario y nómina en mano. Curiosa manera de agradecer y valorar la efectividad y predisposición a ayudar.

El caso es que mientras firmaba el finiquito mi jefe se comprometió (eso sí, de manera verbal) que puesto consideraban que era un buen trabajador y mis circunstancias habían sido duras sería el primero en ser llamado para cubrir vacaciones y bajas. Mi sorpresa ha sido que de los tres puestos que se necesitaban para este verano ninguno me ha sido asignado. Más de un mes hace que fui a ver a mi jefe para preguntarle si contaba conmigo, dijo que estaba en manos de su superior y prometió llamarme en cuanto supiera algo. Al poco me enteré de que ya estaban en plantilla dos chicas y, para evitar conflictos y contentar a la representación sindical, un chico amigo del enlace sindical (al cual lo cogieron robando mil euros de la liquidación, pero esto no es sancionable). Preferencias de género y ahorrarse problemas con el sindicato, deleite personal y aparente astucia. Tras un mes sin noticias, llamé a su superior y la información que me dio no acababa de cuadrar con las excusas de mi jefe; además se limitó a decir que “ahora hay un sistema de selección más complicado” proceso que sé que no han tenido que pasar al menos dos de los tres empleados de verano y a mí ni siquiera me han dado la oportunidad. Llevar seis años en la empresa, ser fiable y ser considerado válido cómo trabajador no son suficientes causas para merecer un puesto al que alguien puede optar sin ni siquiera saber escribir.
Cansado de esperar, fui a hablar con él y ya lo miserable llegó a su cénit: desmintió que se comprometiera en su día a volverme a contratar, que él nunca había dicho nada semejante; la razón era que supuestamente acabé mal con la empresa, que lo de la suplantación era una fantasía mía y añadió nuevos motivos para respaldar el no merecer ni el puesto de suplente, que es lo que yo mendigaba: por ejemplo una falta de interés y una conducta inadecuada en mi última época, aprovechando que yo no pasaba por un buen momento; que la reacción de mi padre, extrabajador jubilado de la empresa y sindicalista que trató el caso con la experiencia de la que yo no disponía, influyó negativamente en mi relación con la empresa; o el hecho de que delante de su superior yo dijera que para mí la empresa no era una prioridad intentando defenderme, acorralado y sin esperanza, después de que mi jefe me acribillara, para demostrar su supremacía, enumerando las cosas que yo hacía mal durante el trabajo. Ya ni mi experiencia, ni mis años en la empresa, ni yo como trabajador, valían nada. Y lo mismo ha pasado ahora que ha habido una baja de maternidad; promesas que eran palabras y se quedaron en eso. Después de llamar a su superior para preguntar si realmente había algún problema conmigo a la hora de hacer esa suplencia, al fin pareció que iba a barajarme como posibilidad… pero ¡Ah, amigo! Ahora la pelota se la ha pasado a la empresa, alegando que en recursos humanos no han aceptado mi readmisión (Añadir música de Game Over). Quién sabe si en su día ya me crucificaron con notas negras en mi expediente. Y ahí ya no hay a quién quejarse… las puertas están cerradas. He de añadir que el proceso por el que me he enterado de la ruin noticia no es nuevo: ni siquiera se ha dignado a llamarme para decírmelo y me he tenido que enterar por mis excompañeros –presenciándome yo en dicha gasolinera- de que ya había otra persona en mi lugar.

Pese a que me siento como una mierda, infravalorado, malgastado, usado, cabreado y como un tonto por mi credulidad en las palabras que confiaba, hay una gran verdad entre tanta mentira: se ha utilizado el engaño para lavar la conciencia y practicar el ejercicio de darme la patada. Me prometieron la readmisión simplemente para que en su momento no denunciara, y ahora que estoy fuera de la empresa y no puedo hacer nada, me tildan de mentiroso y de haber “acabado mal con la empresa” e incluso de racista. Un aplauso, muchachos.
Lavarse el culo con las promesas y reírse en la cara de la gente denota que la dignidad, hoy día, está a precio de saldo.

Este es mi caso personal. No es una venganza, ni despecho: simplemente mi experiencia. Y si he tardado tanto en publicarla es porque sentía que todos habían dicho su última palabra, menos yo. Al menos mis palabras son verdad. Espero que el puesto de mi hermano, que actualmente trabaja allí, no se vea afectado negativamente por esta carta, ya que como la supuesta reacción “fuera de lugar” por parte mi padre decantó la balanza hacia la decisión de prescindir de mí, no vaya a ser que lo suplanten a él también.

“Porque tú vuelves” es el eslogan que proclaman las tarjetas que afianzan a los clientes a la marca que pertenece esta estación de servicio, invitando a la gente a depositar su confianza. Tiene gracia.


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